DE FUGA EN FUGA
A partir del análisis del conflicto ruso - japonés, Parvus desarrolló la idea de que se podía usar una guerra contra un enemigo exterior para provocar una revuelta interior, y también sentó las bases del concepto de "revolución permanente" que desarrollaría su amigo Trotsky. Tras la derrota rusa, volvió a su país natal usando falsos pasaportes austrohúngaros, y participó en la Revolución de 1905. La intentona fue un fracaso, pero esto no lo desanimó: aprovechando la crisis que la derrota había causado en la economía y en la confianza de la población, Parvus publicó un artículo, en diciembre de ese año, en el que anticipaba un inminente colapso. El análisis partía de datos reales pero era notablemente exagerado: la intención de su autor, sin embargo, no era describir adecuadamente el estado de las finanzas de la odiada autocracia de los Romanov, sino desatar una corrida bancaria y crear condiciones propicias para una nueva revuelta (3). Nuevamente fracasó, y en 1906 fue arrestado y condenado a cumplir tres años de exilio interno en Siberia. Logró escapar a Alemania: no sabía entonces que nunca más podría pisar el suelo de su país de origen.
Al regresar a Alemania, escribió un libro, "En la Bastilla Rusa durante la Revolución ", a partir de sus experiencias en las cárceles zaristas. Por ese entonces sobrevino un acontecimiento decisivo en su futuro. Parvus tenía un acuerdo con el escritor marxista ruso Máximo Gorki para administrar el producto de los derechos de representación teatral de su obra "Los bajos fondos". La obra superó las 500 representaciones y arrojó un considerable beneficio de 130 mil marcos oro alemanes, que Gorki había decidido ceder, en su mayor parte, al Partido Social Democrático de Rusia, reservándose para sí apenas un 25 %. Pero cuando los socialistas rusos necesitaron el dinero... éste no estaba disponible. Gorki estuvo a punto de demandar a Parvus por estafa, pero fue disuadido por Rosa Luxemburgo, que lo convenció de que esa disputa judicial era un desastre para la reputación del partido.
DE BERLÍN A ESTAMBUL
Parvus se radicó en Estambul, donde residió por cinco años. Allí se enriqueció notablemente con el comercio de armas y suministros durante las sucesivas guerras balcánicas que comenzaron en 1912 y que serían el preludio de la Gran Guerra. Para ello fue vital su estrecha vinculación con los Jóvenes Turcos, un movimiento nacionalista que buscaba revitalizar la reliquia desfalleciente que era el Imperio Otomano: se convirtió en editor de su diario, Turk Yurdu, y en el principal asesor político y financiero de los jefes del movimiento, conocidos como el triunvirato de los Pashás (Enver Pashá - el mismo de "La casa dorada de Samarcanda" de Corto Maltés - Talat Pashá y Cemal Pashá) así como de su ministro de Finanzas, Djavid Bey (4). Sus excelentes contactos no se limitaban a la elite otomana: también era socio de la compañía alemana Krupp. y de la británica Vickers. Esto despertó automáticamente las sospechas de que, además de ser muy hábil para conseguir socios, Parvus colaboraba con los servicios secretos de Su Majestad.
PARVUS, LA GRAN GUERRA Y LA REVOLUCIÓN
Desatada la Gran Guerra en el verano europeo de 1914, y con ella las hostilidades entre Alemania y Rusia, Parvus vio llegar una oportunidad de oro para derribar al odiado régimen zarista: hizo llegar al Estado Mayor alemán, a través del embajador en Estambul, Barón Hans Freiherr von Wangenheim, un plan para paralizar a Rusia mediante una huelga general. financiada por servicios secretos del Káiser.
Esto merece una consideración especial. La colaboración entre los círculos revolucionarios rusos y el retrógrado Imperio Alemán podía resultar paradojal y hasta inverosímil (además de muy desagradable para las convicciones de ambas partes) pero no carecía de lógica: convenía al propósito alemán de derrotar o, al menos debilitar a su gigantesco enemigo, y convenía a los propósitos bolcheviques de tomar el poder. Para Lenin y otros socialistas radicales, la guerra no era más que un inútil conflicto interimperialista al que habían llamado, infructuosamente, a boicotear: los trabajadores europeos, en vez de masacrarse entre sí para beneficio de sus respectivas burguesías parasitarias, debían unirse para acabar con el capitalismo. En este marco conceptual, la derrota militar de Rusia era el mal menor: la caída de la autocracia zarista era el primer episodio de la revolución mundial de los trabajadores. ¿Qué importaba la derrota si, más temprano que tarde, los camaradas alemanes se harían con el poder en Berlín?
Por cierto, Parvus (imagen de la derecha) no sólo recomendaba apoyar a los bolcheviques, sino también fomentar brotes separatistas entre las minorías étnicas oprimidas por el imperio zarista, como los finlandeses, los polacos, los ucranianos y los georgianos. Los alemanes hasta le dieron un nombre a esta política de fomentar revoluciones en la retaguardia de sus enemigos: Revolutionerungspolitik, un enfoque que pronto comenzaron a aplicar con los irlandeses (por entonces todavía forzados a ser parte del Imperio Británico) y que sus enemigos replicaban con pueblos sojuzgados por Berlín y sus aliados como los checos y eslovacos o los árabes (por caso, a través del legendario Lawrence de Arabia).
Von Wagenheim ayudó a Parvus a viajar a Berlín, adonde llegó el 6 de marzo de 1915. El plan fue aceptado, y entonces Parvus pasó a Suiza en mayo de 1915. Allí, según el espionaje austrohúngaro, se dedicó primero a canalizar millonarios fondos alemanes para financiar diarios publicados por exiliados rusos en París. En Berna hizo contacto con un receloso Lenin (5) quien, pese a reconocer su utilidad, desconfiaba de sus intenciones y trató de evitar el trato directo todo lo que le fue posible. Parvus le ofreció financiamiento, y llegó a planear con Lenin la ruta de los fondos, a través de fachadas como el Instituto para el Estudio de las Consecuencias Sociales de la Guerra, que Parvus estableció en Copenhague, en la neutral Dinamarca. Propuso asignarle el manejo de la operación a Nikolai Bujarin, pero Lenin dudaba de su capacidad y discreción, y entonces propuso a Yakov Ganetsky, Karl Radek y Moisei Uritsky.
Parvus también montó una compañía de comercio exterior que sirvió de pantalla para el envío de información y de fondos: lavaba dinero de los servicios secretos alemanes comprando mercancías en Europa Occidental, que luego vendía en Rusia. La operatoria fue muy eficaz, y además de alcanzar sus fines, hizo a su cerebro aún más rico. Pero la vinculación de Ganetsky con el tráfico de armas llamó la atención de los siempre eficientes servicios secretos británicos, quienes pronto detectaron sus conexiones con Parvus y con la embajada alemana en Estambul. Cuando Lenin se dio cuenta de que se había descubierto que estaba siendo financiado por los servicios del Káiser, ordenó suspender la operación. Por lo que se sabe, Lenin no llegó a recibir el dinero: las pruebas que se han esgrimido en ese sentido, los Documentos Sisson, son considerados una falsificación debida a los separatistas finlandeses, ansiosos de conseguir apoyo de Estados Unidos para su independencia de Rusia. (Haciendo clic aquí, se puede leer un artículo del New York Times del 21 de setiembre de 1918, donde el propio Sisson los transcribe y comenta. Está, obviamente, en inglés).
La reputación de Parvus sufrió otro golpe en 1916, pero esta vez entre los alemanes. En el invierno de ese año fracasó una operación coordinada por él para desatar una corrida bancaria en San Petersburgo, y a consecuencia de ello, los servicios secretos le retiraron su apoyo. Entonces fue a buscarlo en la Marina germana, que le aceptó un plan para debilitar a la flota rusa del Mar Negro mediante una serie de sabotajes. El éxito le permitió recobrar su prestigio, y entonces vino un golpe de suerte.
Tras una sucesión de desastres militares, amotinamientos de tropas y protestas masivas, el Zar Nicolás II decidió abdicar el 15 de marzo de 1917. Lo sucedió un gobierno provisional centrista, encabezado por Aleksandr Kerenski, que cometió el tremendo error de continuar una lucha irremediablemente perdida. El Estado Mayor alemán decidió que era un momento ideal para aplicar el plan de Parvus, y lo llamó para que sirviera de contacto con Lenin. Pero esta vez no se trataba de financiar sus actividades, sino de algo mucho menos comprometedor para ambas partes: dejarlo cruzar Alemania en su camino de regreso a Rusia desde Suiza. Lenin aceptó tras algunas vacilaciones (pensaba que, al llegar a Rusia, sería arrestado de inmediato, algo que no sucedió) y, por su parte, el Estado Mayor le puso como condición que no hablara con socialistas alemanes. El tren partió de Suiza el 8 de abril y, tras un par de combinaciones vía marítima hacia y desde Suecia, Lenin y una veintena de sus compañeros llegaron a San Petersburgo (entonces Petrogrado) en la noche del 16. Antes de cumplirse siete meses, estaba en el poder.