Le faltó decir: "Nada puede malir sal".
Lo que dijo del tigre y las manchas (además de ser un brutal descanso a la institución de la que dice ser hincha) sabemos que fue un intento desesperado por sacarse la presión y atenuar el golpe de la eventual eliminación (cosa que de todas maneras habría sido al pedo porque, sin importar cómo se hubiese dado, igual estarían a las puteadas y con ganas de pegarse un corchazo en el centro de los huevos).
La cagada es que no solo sumaron otra mancha sino que además fue una bastante grande, una que no se esperaban: quedarte afuera con un rival cagalistroso, de local, ante tu gente, por penales, habiendo errado uno mal cobrado en los últimos diez minutos. Es como si la vida les hubiera metido flor de cachetazo por el simple hecho de creerse que ya no van a ser capaces de protagonizar nuevos papelones.
La realidad es que cada vez que un técnico de ellos boquea antes del clásico, la pasan mal. Y no aprenden, eh. Se ve que es más fuerte que ellos.