Susan Sarandon, eterna actriz-activista muy bien preparada intelectualmente, dijo poco más o menos que ella no votaba a Hillary Clinton por el mero hecho de tener vagina (su expresión literal fue un poco más soez, empleando el órgano genital femenino como elemento depositador del voto en la urna). Por ello mismo, muchas mujeres -blancas, obviamente, y pobres por supuesto casi todas- han apoyado al empresario metido a político, reconocido simpatizante demócrata que cambió de partido porque sabía -lo dijo él- que es más fácil convencer al votante republicano medio estadounidense usando ciertas cosas muy muy simples en el argumentario político.
Trump ha ganado con menos votos de los que sacaron sus antecesores (Rommey y Mc Cain) derrotados con claridad por Obama. Clinton ha sacado 6 millones menos de votos que el presidente saliente, un fracaso en toda regla. Fracaso de ella, derrotada en primarias en 2008, y eterna política profesional tildada de "imprudente" por las propias fuerzas de seguridad estadounidenses en el ejercicio de sus labores como Secretaria de Estado. Y de su partido, que se acojonó ante el discurso socialdemócrata de un candidato, Sanders, que arrasó en primarias en los estados que le han quitado la Casa Blanca a Clinton. Entre un discurso malo y otro peor, pero con nuevas caras y muchas horas de mercadotecnica y patriotismo barato, es evidente lo que gana. Clinton fue siempre una pésima candidata que ganó las internas propias poniendo zancadillas (es lo que tiene ser exprimera dama, los privilegios) a un rival que la superaba en discurso, carisma, frescura e ideas, y eso que es hasta mayor en edad que ella. Los poderes fácticos demócratas le sirvieron a Hillary la candidatura y, sin saberlo, una derrota durísima que afecta además al legado agridulce de Barack Obama.
Trump deberá moderarse por el bien de su país, del mundo entero y de él mismo, si quiere la reelección. Y deberá porque su poder no es absoluto y porque ni siquiera los republicanos tradicionales están dispuestos a apoyarle en todo lo que él quiera. Ojalá el contrapeso del poder político establecido en la Constitución le sea útil a su pueblo, y por tanto, a todo el mundo.