El duelo de San Lorenzo, en primera persona
por Eduardo Paladini
La definición -profesional, profunda, exacta- surgió mientras discutíamos si darles más o menos bolilla a los reclamos de mi mujer, si mis viejos estaban en edad de cambiar o cómo manejar con mis hijos ese límite impreciso entre "padre" y "amigo". Hasta que apareció la angustia por un San Lorenzo que peleaba el descenso. Julia, la psicóloga, me miró a los ojos y me lo dijo así: "Cuando ustedes -por los hombres- dicen que están tristes por el fútbol, están tristes de verdad. No es una figura. Sufren. Por eso hay que dejarlos tranquilos. Si pierde Huracán, cuando 'Tito' -su marido- vuelve de la cancha dejo que haga su proceso y él, al rato, viene a hablarme solo".
Los hinchas de San Lorenzo estamos tristes. El golpe, al menos, fue sin agonía. No hubo larga enfermedad. En el primer avance de Lanús, cuestión de minutos, intuimos el mazazo; con el gol inicial quedamos groggy para todo el partido.
La fila de la platea que compartía con media docena de familiares-amigos-hinchas se convirtió en una comedia dramática. Cada uno iba haciendo el duelo a su manera. Uno de mis hijos dejó de hablarme. Al otro se lo iba tragando la platea y sólo alcanzaba a ver que estaba vivo por el gorrito piluso que dice "Boedo".
Con otro padre tratábamos de darle racionalidad al velorio. Visto a la distancia, creo que dimos pena. Típico, arrancamos con excusas -"¡Qué querés si les quedan todos los rebotes!", "¿Todas las divididas las cobran para ellos?"-, pasamos por cierto análisis -"Con Ortigoza era distinto, eh..."- y terminamos en la boludez absoluta -"Y, se ve que se levantaron mejor..."-.
Ingenuo, mientras caminábamos de vuelta hacia el auto, creí que como el diagnóstico lo había tenido temprano, ya estaba en proceso de mejora. Hasta me hacía el gracioso en el viaje para aflojar un poco.
Cené -un buen síntoma, pensé-, miré un rato de tele y antes de acostarme se me ocurrió pasar por el comedor. A media luz, estaba mi hijo mayor. Ya no se lo tragaba la platea sino el sillón. Miraba sin mirar el celular. "¿Dijo algo, Guede?", le pregunté. Creo que me contestó. Todavía tenía el gorrito puesto.
"Chau, negro, me voy a dormir", me acerqué a saludarlo. Nos abrazamos. Apoyó la cabeza en mi hombro como cuando era bebé. Yo aproveché y descansé la mía en el hombro de él. Nos quedamos así no menos de 30 segundos. En silencio. "Vamos a ir a más finales, quedate tranquilo", le dije, le di un beso y me acosté.
Creo que los dos lloramos por dentro. Los hinchas de San Lorenzo estamos tristes. Tristes de verdad.
Tema: "Vamos a ir a más finales, quedate tranquilo", por periodista cuervo en Clarín (Leído 2954 veces)
