Desde que el filósofo inglés John Locke clasificara cierto tipo de juicios como argumentum ad hominem —argumento dirigido a la persona—, éstos se han entendido en muchos casos como la forma de falacia más común.
Una falacia es la aplicación incorrecta de un principio lógico válido. Se trata de un tipo de razonamiento erróneo y, aunque pueda verse como un término filosófico muy elevado, la falacia es más común de lo que pensamos, pues incurrimos en ella todos los días y es la razón por al que muchos matrimonios fracasan, mucha gente no se cura o se muere, por la que votamos por tal o cual candidato o por la que las familias y los amigos se distancian, entre otras cosas. En su sentido inverso, la publicidad se vale de esta falacia para connotar la calidad o exclusividad de determinado producto a través de la afirmación táctica de que una «celebridad» lo avala.
Se incurre en el argumentum ad hominem cuando se tergiversa un argumento válido y se afirma que x es una proposición falsa porque la que la persona que la afirmó tiene algún defecto atacable, en lugar de verificarse de la veracidad de x. En otras palabras, cuando en lugar de ocuparse de la validez de la proposición, se hace una critica moral al interlocutor. La falacia, entonces, consiste en eludir el tema y dar solo una opinión personal irrelevante sobre la moralidad del otro y se construye así:
a afirma x
hay algo cuestionable acerca de a
por tanto, x es falso