La intolerancia tiene consecuencias
El mensaje es claro: ejercer la libertad en plenitud tiene el riesgo de que una bala te vuele la cabeza. Es el que dejaron en la redacción de Charlie Hebdo. O subordinas la libertad, te sometes a la arbitrariedad y al fundamentalismo, o pierdes la vida, desapareces o vas preso.
El insano ataque a la revista satírica francesa va más allá que una reacción yihadista por las caricaturas a Mahoma. Pone, otra vez, en juicio el derecho a expresarse con libertad, a opinar sin condicionamientos, a ejercer el periodismo sin censuras ni autocensuras, la más letal y silenciosa enfermedad de los medios.
La intolerancia, cualquiera sea, tiene consecuencias siempre. Hemos visto ayer en París una de las más graves manifestaciones de esa patología que no es, hay que decirlo, solo de una fracción recalcitrante que se hace llamar Estado Islámico y, en su nombre, asesinar, mutilar o reducir a la servidumbre a otros pueblos. Es una enfermedad más extendida, desgraciadamente, que está aferrada a una ideología, a una política de secta, con una dinámica endogámica y endemoniada que explica –y justifica, que es peor aún– la masacre.
Los dibujantes de Charlie Hebdo eran conscientes de que ejercer la libertad los ponía en un terreno peligroso. No se atemorizaron por las amenazas y pagaron con su vida.
Hay quienes se preguntan por qué eligieron satirizar con una cuestión tan sensible y peligrosa. Formular ese interrogante es el triunfo de quienes quieren meter un mensaje peligroso para disparar la censura interna. Cualquiera sea el tema que se investigue, satirice o denuncie, puede disparar respuestas desmesuradas que muestran, como común denominador, el rostro de la censura.
¿Acaso los periodistas mexicanos no atraviesan gravísimos riesgos? Habría que recomendarles, entonces, que no hablen del narcotráfico, ni de la relación del poder con los carteles de la droga.
¿O aquellos que meten sus narices en turbios asuntos de corrupción no son puestos en la picota por los presuntos afectados? También habría que recomendarles que se dediquen a reproducir declaraciones positivas o que se integren a la pléyade de aduladores que florece en algunos regímenes. Y así siguiendo.
La reacción que la matanza despertó fue potente y sincera. Los mensajeros han dejado una estela de muerte para intimidar. No dejemos que el mensaje llegue a destino.
Es el homenaje que los periodistas les rendimos a nuestros colegas asesinados ayer en una redacción de París.