Un crack fugaz
Con 22 años, disfrutó de un esplendor que incluyó el título con San Lorenzo en 1959 y la Selección. Pero una rara lesión terminó pronto con una carrera que prometía hacer historia.
DANIEL RUCHELSMA
Desde pibito fue mamando que la vida no iba a darle nada servido en bandeja, sino todo lo contrario. No le quedó otra a Omar Higinio García, quien a los tres años perdió a su padre, allá en Guaminí ("camino a Bahía Blanca", aclara), provincia de Buenos Aires. Fue entonces cuando su mamá decidió mudarse al barrio capitalino de Belgrano para buscarles un mejor horizonte al pequeño y a sus otros seis hijos. Esa resultó ser la primera marca a fuego en la memoria de un niño que hoy es un hombre con una historia muy particular. Un guión que cuenta con una maldita rodilla como protagonista principal, y con un año de fama (y sólo uno) como clímax.
Después de una infancia dura, en la que empezó a trabajar de verdulero a los seis años, pudo dedicarse a jugar al fútbol, su verdadera vocación. Arrancó en Banfield y llegó a la cima en San Lorenzo, cuando a los 21 el Ciclón le compró su pase a Tigre y lo hizo partícipe del equipo campeón del 59. Allí compartió la delantera con Héctor Facundo, Miguel Ruiz, José Sanfilippo y Norberto Boggio. Aquellos eran tiempos de felicidad mayúscula, de reconocimiento, de Selección argentina (con la camiseta celeste y blanca disputó el Sudamericano), de probable futuro europeo (lo pretendía el Real Madrid)... Pero sucedió lo impensado: para estirar los festejos, San Lorenzo salió de gira y en el primer amistoso, ante el Toluca de México, las ilusiones estallaron en mil pedazos. Fue el segundo gran golpe que le propinó la vida a Omar, y estuvo cerca de ser un golpe de nocaut:
"Nunca me habían preguntado por qué usé un botín un poco chico, ni yo me lo planteé. En ese entonces no estaba todo tan planificado como ahora y por ese motivo terminé con una ampolla en el talón del pie derecho. Estaba anémico, pesaba 55 kilos, y tal vez por eso la infección me subió hasta la rodilla, que de tan hinchada parecía una pelota número cinco. Ese fue el final de mi carrera de futbolista", recuerda "Isa", como le decían sus compañeros. Varios médicos revisaron al dueño de la extraña lesión, un pibe que vivía en una casa en la que la comida no abundaba. Un flaquito hábil pero con las defensas bajas, dentro del cual la infección se propagó hasta amagar con quitarle la vida. Y como nadie encontraba una solución, decidieron mandarlo de vuelta a Buenos Aires.
Una ambulancia lo recibió en Ezeiza y el comentario del encargado de atenderlo lo dejó boquiabierto: "Me dijo que había sido una suerte que viajara sentado, porque si lo hacía acostado la infección podría haberme subido por el cuerpo hasta matarme", rememora Omar. Con las canas prolijamente peinadas hacia el costado, con los ojos marrones mirando hacia abajo en busca de recuerdos agridulces y a un mes de soplar las 63 velitas (cumplió años el 11 de setiembre).
Lo que siguió a la infección fue puro sufrimiento: las curaciones, la rehabilitación, los intentos de volver a jugar y el doloroso adiós al fútbol profesional tras dos años de lucha. La pelota le había dado de probar el sabor de la fama y mientras le estaba tomando el gustito debió conformarse con alimentar su espíritu en otra parte.
Cuando asumió que el deporte más popular del mundo era parte de su pasado, Omar recibió una mano para volver a empezar. Ya casado con Raquel, su suegro se fue a España y le dejó una carnicería, que atendió durante 27 años hasta que los grandes supermercados se la devoraron. "Al principio tuve que aprender el oficio. Cuando los clientes me pedían milanesas, mi mujer les daba charla para distraerlos y así no veían cómo cortaba la carne. Es que me salían tan gruesas que parecían churrascos", cuenta entre sonrisas.
Otro escenario en el que transcurrió parte de su vida fue el hipódromo. De niño cuidó caballos y hasta pensó en ser jockey. Pero cuando pasó de Excursionistas (donde hizo desde la 6 hasta la 3 división) a Tigre (aquel trampolín desde el que saltó a San Lorenzo) los entrenamientos se volvieron más exigentes y tuvo que elegir. Sin embargo, por un largo tiempo le quedó el hobby de las carreras. "Hasta que me di cuenta de que no se puede ga nar plata. Ahí abandoné", reconoce.
La pelota volvió a ser su compañera cuando la Municipalidad de Vicente López lo convocó para enseñar en una escuelita. Y San Lorenzo lo llamó para buscar pibes para sus divisiones inferiores, tarea que realiza junto a ("otros chicos", dice) Rafael Albretch, Roberto Telch y Sergio Villar, con la coordinación de Victorio Cocco. Cada partido que el equipo de Oscar Ruggeri disputa como local, Omar lo sigue desde la platea. Aunque "el fútbol ya no es el de antes. Se corre más de lo que se piensa y no aparecen tantos habilidosos. Es que ya casi no quedan potreros", se lamenta. "De todas maneras, siempre hay buenos jugadores. ¿Quién es el Omar Higinio García de hoy? Aimar me gusta mucho", agrega.
El futbolista que fue famoso por un año desvía la charla hacia la economía de los clubes. Y afirma: "Hoy día va poca gente a las canchas. Ese es uno de los motivos de la situación del fútbol argentino. Pienso que el gerenciamiento es una muy buena idea para revertir algunos problemas". Lo dice Omar Higinio García, un tipo que vivió una época mucho menos profesional que la actual y que no les teme a los cambios. Verduras, caballos, pelotas y churrascos pueden dar fe.
http://edant.clarin.com/diario/2000/10/07/d-01601.htm
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