Que Pablo Guede no se vaya nunca del fútbol Argentino. Alimenta el espectáculo en el más amplio de los sentidos. Tanto las producciones de su equipo como sus exposiciones mediáticas disparan debates en forma permanente. Invita a ser mirado su San Lorenzo porque siempre sorprende. También él empuja a ser escuchado en cada entrevista o conferencia de prensa porque asombra. De todos modos, aunque suene a incongruencia, Guede es un desperdicio.
Tiene dos problemas: por un lado, las sorpresas del juego vienen conspirando contra el crecimiento de su San Lorenzo, algo que se acentuó a partir de la victoria contra Vélez; y por otra parte, en general sus palabras caminan a contramano de la realidad, al menos desde la estruendosa eliminación copera que se transformó en histórica al ser el primer campeón de la Libertadores que en las dos ediciones posteriores se queda afuera en primera ronda.
En la tardecita de este viernes, en la cuenta regresiva del duele decisivo contra Central por el campeonato local, Guede se plantó desafiante ante la prensa, pero tenso. Con rasgos de superado en ciertos momentos, pero nervioso. No pudo desmentir el episodio conflictivo en el avión de regreso desde México porque existió. Sin embargo, a su modo, atacó. Pidió hablar de fútbol una y otra vez, sin reparar en los resultados.
Eso sí, cuando estacionó en cuestiones vinculadas con la pelota, para entender el pésimo primer tiempo en Toluca, con tres delanteros parados arriba como en un equipo de barrio partido claramente en dos, apeló al 1-0 que San Lorenzo se llevó al descanso en forma milagrosa, tras un desarrollo que lo podría haber puesto nocaut apenas en los primeros veinte minutos. ¿No era que no había que incluir al resultado en el análisis? ¿O vale cuando le conviene a él? Se quejó por los dos goles padecidos en el final, cuando ahí sí San Lorenzo lo tenía controlado. ¿En ese caso no utilizó el mismo parámetro que escogió para justificar el primer tiempo porque se le volvía en contra?
“Me siento jodido porque el fútbol no fue justo con nosotros”, había dicho Guede el día siguiente al duro adiós padecido ante Toluca. Se supone que se encontraba en estado de shock. Resulta peligroso simplificar de ese modo la prematura despedida de un equipo que gastó una fortuna para sumar refuerzos que sostenían las mayores ilusiones. Además, alguien tan minucioso en su tarea, híper dedicado al trabajo y a la búsqueda de la perfección, debería buscar alguna explicación mucho más profunda para semejante mazazo.
Mientras todos los equipos argentinos continúan en carrera, ¡San Lorenzo no ganó ni siquiera un partido, nunca convirtió más de un gol y se quedó afuera una fecha antes del cierre del grupo! Antes de apuntarle a la injusticia, Guede debería apostarle a la autocrítica.
Retrocediendo aún más en su archivo, Guede había dicho que su obsesión era que San Lorenzo fuese "insoportable" y elegía a la palabra "intensidad". También había anunciado que no debía extrañar si cambiaba nombres o dibujo después de un triunfo convincente. Cumplió a medias. No mintió: vivió cambiando apellidos y esquemas, a pesar de que había una construcción que se insinuaba en el arranque, hasta el triunfo contra Vélez, como la más efectiva tanto en el juego como en el resultado. Claro que, con el correr de los partidos, San Lorenzo dejó de ser insoportable e intenso.
En ese recorrido, Guede se transformó en un especialista en desperdiciar el crédito ganado al principio, con la conquista de aquella Supercopa Argentina goleando nada menos que a Boca, pero también con aciertos puntuales en la recuperación de jugadores que parecían casos perdidos. A Mussis lo rescató ubicándolo en una posición en la que nunca había sido exprimido ni siquiera en Gimnasia; a Barrientos lo sacó de la oscuridad hasta hacerlo decisivo a pura movilidad y goles; y a Blandi, descartado por Bauza, le dio confianza hasta que se reencontrara con goles decisivos.
Al revés de lo que indicaba la lógica, en lugar de fortalecerse con la sucesión de los partidos, San Lorenzo se debilitó. Hubo fallas de los futbolistas, claro. El ejemplo más evidente: muchos goles rivales aterrizaron en situaciones que mostraban a los defensores de Guede en superioridad numérica. Sin embargo, en el progreso de la construcción colectiva, el que más falló fue el entrenador con resoluciones ilógicas que lo desgastaron y que desgastaron a San Lorenzo.
A repasar:
1) Alteró demasiado el esquema. En lugar de sostener el 4-1-3-2 del arranque y de los mejores momentos, intentó innovar y casi nunca logró la misma prestación que aquel dibujo.
2) Ortigoza de único “5”. Lo puso varias veces de entrada ahí, delante de los cuatro defensores, con obligaciones de relevar, alejado del lugar donde más rinde y donde él repite que se siente más cómodo, adelantado. Por algo, en la mayoría de esas ocasiones, en el entretiempo corrigió poniendo a otro volante central y liberando a Ortigoza. Al cabo, un error repetido y admitido varias veces con sus decisiones.
3) Toluca, en el Nuevo Gasómetro. El paradigma de la confusión. Fue la noche en que armó línea de 3 atrás en el Bidegain contra los mexicanos, con Buffarini en ese trío, con Cauteruccio de wing izquierdo y con la exclusión en el entretiempo de Cerutti, el más desequilibrante en esa etapa inicial. Nadie entiende aún hoy qué quiso hacer.
4) La marginación de Barrientos. Lo había recuperado, pero tras su reacción pública por el cambio ante Gimnasia le recortó protagonismo. Otro desperdicio. Estaba enchufado el Pitu, con movilidad, con hambre y con gol. A Blanco, de características más vertiginosas pero que casi nunca respondió, lo sostuvo y lo sostiene. Y si no quería utilizar a Barrientos por "hache" o por "be", podría haberle dado más espacio a Romagnoli. Pero no.
5) El inédito planteo en la altura de Toluca. Si a San Lorenzo ya le costaba ser en el llano, a 2600 metros sobre el nivel del mar lo lógico era que sufriera más. Guede optó por poner tres delanteros solos allá arriba y dejó que Toluca se le viniera. No fue paliza colosal en el primer tiempo de casualidad. Es más, pasó a ganarlo, pero cuando el equipo comprensiblemente se quedaba sin energías no apeló a cambios para fortalecerse el medio o la defensa. Así terminó.
6) El manejo grupal. Es evidente que a los jugadores, al menos hasta ahora, Guede no supo ganárselos. Le faltó tacto con Mercier, con Barrientos y en el avión con los pibes.
Al cabo, Guede logró lo más difícil de entrada para un nuevo técnico que viene a cambiar un estilo: encaminó al equipo y obtuvo resultados. Después, todo lo desperdició con su obsesión por innovar en exceso. Por suerte, a este técnico tan singular que alimenta debates todo el tiempo todavía le queda otra oportunidad.
Parece ser la última. La aprovechará si logra hacer foco en lo trascendental y deja de ver fantasmas donde no los hay. Es que el problema de Guede en San Lorenzo es el propio Guede.
Enrique Gastañaga
Clarín Deportivo
