Recuerdo la situación que se produjo cuando Andrés Nocioni, Drew Gooden, Michael Ruffin y Cedric Simmons fueron traspasados de Bulls a Kings, a cambio de John Salmons y Brad Miller,en febrero de 2009.
Los jugadores de Chicago fueron bajados del colectivo que transportaba al equipo aduciendo que ya no serían parte de la franquicia. "Esta es la vida en la NBA. Siempre suceden cosas como ésta", señaló Nocioni en aquel entonces.
La NBA se ha caracterizado por ser una Liga en la que todo se presenta como un capitalismo salvaje. Las franquicias le pagan millones a cada jugador, pero en ese precio se incluye la libertad de mover a cada pieza dentro de un equipo como si fuera un saco que pasa de un vestidor a otro, sin dar demasiadas explicaciones al respecto.
Karl Marx estableció que las mercancías tienen un valor de uso y un valor de cambio. En la NBA, con los jugadores, la situación aplica a la perfección. Se trata de la cosificación del jugador, de transformarlo en una marioneta con hilos manejado por señores de saco y corbata. La lógica es bien simple: yo te doy dinero, por lo tanto, yo decido todo lo que tienes que hacer. No importan tus emociones, tus sentimientos, tu pasado, presente y futuro: en definitiva, no hay diferencias con un auto deportivo, porque si pueden conseguir uno mejor a la vuelta de la esquina, se olvidarán qué máquina los hizo cruzar de costa a costa el país entero.
Se trata de la eliminación radical de los sentimientos de pertenencia. Mientras la cosa funcione, todo es alegría, cámaras encendidas, almuerzos VIP, palmadas en la espalda. Si surge algo mejor a la vuelta de la esquina, entonces sales sin ningún tipo de explicación. Hoy estás, mañana quien sabe. ¡Carpe Diem querido amigo!
"Es parte del negocio", repiten los jugadores una y otra vez. "Son las reglas del juego", agregan, mientras acto seguido toman el balón para formar parte de la práctica de tiro.
Estamos de acuerdo que el negocio es millonario -ya lo vimos con el lockout que paralizó la Liga- y no existen víctimas radicales de algo así, pero es un error deportivo tomar decisiones de este tipo sin dar ninguna explicación al respecto.
El caso de Lamar Odom es emblemático. Estamos hablando de un jugador fundamental en la conquista de los campeonatos de Los Angeles Lakers. Un hombre querido, respetado, que tuvo la chance de irse en su momento del equipo y se quedó para pelear por la gloria. El mejor sexto hombre de la temporada que pasó, lloró -literalmente- en una entrevista radial cuando le comunicaron que los Lakers lo habían negociado como parte del traspaso por Chris Paul.
Vaya vericuetos que tiene la Liga, porque finalmente el pase de Paul fue cancelado por la propia NBA -a esta altura, David Stern merece el Jugador Defensivo del año, se cargó dos bloqueos de lujo: el de CP3 y el lockout. ¡Wow!- y Odom fue enviado a Dallas Mavericks casi como un regalo de navidad.
Está claro que la NBA atraviesa un problema entre los dueños de las franquicias y la Liga, y el caso Paul es un ejemplo notable, ya que involucró a los Hornets, Dan Gilbert -propietario de los Cavaliers, con un correo electrónico amenazante- y otros propietarios, en una oportunidad única para un reproche puntual, pero que en el fondo de la cuestión enmascara algo mucho más grande. Y el asunto aquí es que pierden todos, porque la imagen de la Liga tiene la lógica del tigre: manchas que aparecen para nunca más quitarse.
"Estamos hablando del sexto hombre de la temporada pasada", dijo Kobe Bryant al ser consultado. "Brilló como nunca. No entiendo las críticas de los reality shows con esto, aquello y lo otro. No lo entiendo. Tuvo su mejor temporada el año pasado".
Lo cierto es que Odom -y aquí los 29 dueños de las franquicias NBA abrirán los ojos como nunca- tiene sentimientos. Sí, tiene sentimientos, un pasado, una historia y sintió que con ese desprecio de ser enviado al primer lugar posible para traer a CP3, no fue respetado. Y aquí no importan los millones de dólares: el 90% de los jugadores podría abandonar la actividad mañana y vivir junto con sus hijos -y los hijos de sus hijos- en una isla paradisíaca por el resto de sus días.
Pero no lo hacen. ¿Por qué? Porque a los jugadores los moviliza la pasión. El amor por lo que hacen. Uno no puede quitarse el cassette tan fácil, porque se trata de personas, no de mercancías. Lo mismo pasa con Pau Gasol, quien dice que no lo afecta, pero eso no es verdad. ¿Cómo se puede sentir el ala-pivote catalán con los rumores de traspaso, si fue la clave -sí, la clave- que le dio a los Lakers los campeonatos cuando eran una sucursal de la desdicha en años anteriores? Suena como un insulto para cualquier jugador de estas características.
Y ahora es el turno de Paul, pero aquí la lógica es al revés. Los New Orleans Hornets, franquicia cuya propiedad pertenece a la NBA, desechó de cabo a rabo la oferta de los Lakers -esa fatídica oferta, que con lo que vemos hoy del plantel de L.A. le ha quitado la chance de pelear por el título a Kobe en su cierre de carrera- y ahora se ve obligado a negociarlo como sea. Esto es bien simple: más allá de que lo puede perder por nada, es una estupidez pensar que CP3 jugará como si nada en los Hornets durante 2011-12, habiendo dejado en claro que se quiere ir.
Ni hablar lo que pasó con los Mavericks y José Juan Barea, Tyson Chandler y Caron Butler: Dallas busca hacer acuerdos por sólo un año para tener la chance de contratar un agente libre estelar en el mercado de 2012, pero rechazando el regreso de tres pilares en el campeonato sólo se construye una cosa en la cabeza del jugador: no importa lo que hemos hecho, porque los logros, en el fondo, no valen nada.
"No entendemos qué pasa con el manejo dirigencial aquí en Dallas", dijo Barea, quien jugará en los Minnesota Timberwolves los próximos cuatro años. "No sé cuáles son sus planes. Sé que no me quieren de regreso, tampoco a Tyson, por lo que veremos qué sucede", completó.
En definitiva, no es ilógico que un jugador juegue mejor en un lado que en otro. Se trata de la comodidad, y parece increíble tener que aclarar que los jugadores NBA son personas como nosotros: comen, duermen, hacen sus necesidades, se enamoran, sufren, se enojan, se ríen, etc.
Por eso, la NBA se equivoca en el concepto del jugador como mercancía. Es un error hacer bajar de un colectivo de un equipo a un profesional para decirle que se tendrá que ir a vivir a otro lado, sin mayores explicaciones. O hacer que se entere por intermedio de una radio que su casa ya no será su casa. Las reglas del juego, son reglas que muchas veces están equivocadas.
Cuando un error de este tipo se produce, no tiene vuelta atrás. Hay cosas que van mucho más allá del dinero.
Y para todo aquel que no lo entienda, será la misma vida, con sus cambios de dirección, la que se lo enseñe.
Bruno Altieri es responsable de la sección de básquetbol en ESPNdeportes.com. Trabaja desde 2003 para ESPN. Cubrió, entre otros torneos, las Finales de NBA 2013, el Preolímpico FIBA Américas 2011, el All-Star 2009 de NBA, la Liga de las Américas 2009-10, 2011-12, las preparaciones de Argentina para los JJOO 2004, 2008 y 2012, y para los Mundiales 2006 y 2010. Es, además, columnista regular de temas NBA y FIBA. Pueden seguirlo en Twitter. Consulta su archivo de columnas.