Pratto: “Volví para ser feliz”
Los Nike truchos tal vez estén en algún rincón de la vieja casa familiar del barrio Los Hornos, en La Plata. O tal vez ya no, quién sabe. No importa tanto: aún hoy habitan en la memoria de Lucas Pratto, muchos años después de haber calzado sus pies en tantas tardes de fútbol. ¿Cómo convencerlo de que estos botines que ahora lleva puestos en cada partido, originales y con la pipa lustrosa, valen más que aquellos?
Paradojas de la vida, la ecuación se invirtió: este muchacho de 25 años, grandote y cara de bueno, recibe dinero por lucir en sus pies lo que en esos años de adolescencia era un lujo inalcanzable. “En Cambaceres me tenía que comprar los botines, y como no tenía plata para tener unos de marca, mi mamá me los hacía fabricar en una zapatería del barrio, donde me salían mucho más baratos, la mitad de lo que costaban los Envión, por ejemplo. Ni hablar de unos Puma o unos Nike. En la zapatería salían 25 pesos los negros y 30 si los querías de un color. Para combinarlos con los colores de Cambaceres yo los pedía blancos y con la pipa de Nike roja. Todo trucho, por supuesto”. Sentado a la sombra de la inmensidad de la Villa Olímpica de Vélez, aquí y ahora, los ojos claros de Lucas apuntan hacia arriba, escarbando en el recuerdo. En esos tiempos de esfuerzos anónimos: “Yo había empezado en Gimnasia de Los Hornos. Después me probé en Estudiantes, pero sólo me querían para la liga local, no para AFA, y yo creía que estaba para más. Entonces me fui a Cambaceres porque estaba mi hermano, y empecé en Séptima. Iba al colegio en bici a la mañana, volvía a mi casa y caminaba 20 cuadras para tomar un colectivo para viajar a Ensenada. Tenía una hora de viaje de ida y otra de vuelta: volvía a casa a las 9 de la noche, muerto. Me vieja me preguntaba si tenía deberes y le mentía diciéndole que no, sólo quería comer y acostarme”, prosigue.
De padres separados, a la vida de Lucas en esos años la protegían Daniela –su mamá, a la que lleva tatuada en el antebrazo derecho– y Leandro, su único hermano, tres años mayor que él, al que define como su mejor amigo. Era Leandro quien lo cuidaba mientras la mamá trabajaba como empleada doméstica, vendedora de ropa o lo que hiciera falta para sostener a los Pratto pichones. Para Lucas, el fútbol se combinaba con la escuela y, ya más grande, con repartir volantes u oficiar de “cuidador de un salón de fiestas”, una changa que le reportaban preciosos 50 pesos por noche. Todo ayudaba.
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http://www.elgrafico.com.ar/2013/11/11/C-4972-pratto-volvi-para-ser-feliz.phpInteresante asi como la de muchos jugadores mas ,saludos