Este episodio figura en 'The Jordan Rules', libro del periodista Sam Smith, que en 1991 reveló lo que dosifica ahora el documental y ha abierto los ojos de muchos: que Jordan no solo era el mejor jugador del mundo y una máquina carismática de vender zapatillas, sino también un líder tóxico por su competitividad obsesiva.
El libro de Smith —que contaba un año en la vida de los Bulls— no era amable, aunque tampoco una demolición de Jordan como se interpretó, porque la imagen del jugador era entonces inmaculada. La marca de la estrella del básquet sonriente y para todos los públicos valía miles de millones de dólares. Jordan evitaba todo aquello que pudiera salpicar su imagen/marca, ya fuera una declaración política o un texto incisivo sobre su caprichoso manejo del vestuario. El jugador estaba entonces en máximos de popularidad intachable. En ese contexto, el libro de Smith cayó como una bomba.
Se lo contó Jerry Reinsdord, dueño de los Bulls, a Sam Smih esos años: "A Jordan le preocupaba demasiado su imagen". "Si Jordan era un producto de la sociedad de consumo estadounidense, también era prisionero de la imagen que había creado. Se convirtió en el portavoz más visible de los productos de grandes marcas por su imagen impoluta. Era encantador, de sonrisa fácil y halagadora. Su nombre nunca se había asociado a ningún escándalo o hábito cuestionable", resumió Smith años después en un nuevo prólogo del libro.
El denostado 'The Jordan Rules' se ha convertido en un libro a reivindicar.
El denostado 'The Jordan Rules' se ha convertido en un libro a reivindicar.
Sam Smith tiene ahora 72 años. Antes de dedicarse a escribir sobre baloncesto, fue periodista político y de investigación. Quizá por ello, cuando se puso a escribir un libro sobre Jordan y los Bulls, fue bastante más allá de lo que había hecho nadie hasta entonces. Dado que el periodista trabajaba en el 'Chicago Tribune', que el libro generó una enorme polémica y que Jordan era entonces dios, Smith se convirtió en un apestado en su propia ciudad durante unas semanas. Pero como diría José María García: el tiempo, ese juez supremo que da y quita razones, ha acabado poniendo en su sitio a Smith y a su libro, una de las grandes historias del periodismo deportivo. Lo que cuenta ahora el documental de Netflix, lo contó Smith sin filtros cuando Jordan estaba en plenitud de sus poderes.
Mirando hacia atrás sin ira (y hasta con humor), Smith recuerda para El Confidencial cómo vivió aquellos años en los que fue la única voz discordante: "El libro fue muy controvertido por muchos motivos. Salió al tiempo que Jordan estaba envuelto en un escándalo de apuestas, que incluía un fin de semana secreto de apuestas en lugar de ir a visitar la Casa Blanca con los Bulls. El libro difería de su idílica imagen publicitaria, y de su supuesto comportamiento perfecto hacia sus compañeros de equipo. Así que mucha gente no se creyó el libro. En Chicago decían que exponer rencillas entre los jugadores era perturbador y haría que los Bulls no volvieran a ganar".
Jordan asumió el liderazgo de Phil Jackson, pero aprovechaba las charlas prepartido para ir al baño
El libro cubrió la temporada 90/91, el año que los Bulls ganaron su primer anillo. Para no haber ganado ningún título hasta entonces, Jordan ya se tomaba licencias inauditas en el vestuario, como saltarse las charlas del entrenador Phil Jackson antes de los partidos. ¿Sus motivos? Tenía que ir a hacer... caca. No es broma en ninguno de los sentidos: Jordan iba al baño de verdad, tenía la costumbre de hacer de vientre antes de jugar, salvo que los demás jugadores, tuvieran o no o ganas de hacer popó, sí asistían a la arenga, según Smith.
Para el periodista, el problema de que su libro fuese tan mal acogido tiene que ver con la versión idealizada que la prensa deportiva había creado en torno a Jordan: "Muchos fans de los Bulls se enfadaron debido a la narrativa esparcida por algunos periodistas celosos y competitivos que decían que yo había arruinado el equipo".
Pero la racha de triunfos no había hecho más que empezar y Jackson nunca ocultó que Jordan recibía trato especial, igual que años después permitió a Dennis Rodman irse de farra en plenos playoffs para desfogar. Jackson es una especie de guerrero zen: su habilidad para hacer equipos con estrellas de egos monstruosos está fuera de toda duda: 11 títulos con los Bulls de Jordan y los Lakers de Kobe Bryant. ¿Significa esto que el 'hippie' Jackson nunca paró los pies a Jordan? No.
De hecho, Phil Jackson se ganó el respeto del jugador poniéndole límites, al contrario que el entrenador anterior de los Bulls, Doug Collins, tan centrado en agradar a Jordan... que le acabó alienando. "Collins permitió tan rápidamente las pataletas pueriles de Jordan, que el jugador se dio cuenta de dos cosas: que podía hacer lo que le diera la gana sin miedo al castigo, y que no podía respetar más a su entrenador", escribió Smith. Tras un partido crucial contra los Pistons —final de Conferencia en 1990— Collins le dijo a Jordan que estaba chupando demasiado. ¿La respuesta de Jordan? Apenas tiró a canasta el siguiente partido. La prensa habló esa noche de la legendaria defensa de los Pistons; solo Jordan y Collins sabían qué había pasado en realidad: que Jordan se había comportado como una damisela ofendida. "Era una cuestión de orgullo", apunta Smith.
El mismo orgullo que llevó a Jordan a meter un día 69 puntos tras comprobar que el equipo rival, los Cavs, iban a cubrirle todo el partido con un solo hombre, el 'blanquito' Craig Ehlo. ¡Jordan se sintió insultado! Es decir, su fuego competitivo le llevaba a comportarse a la vez como un niñato irresponsable y como el mejor jugador de su era. Era un pack indisoluble. Una de las claves psicológicas del jugador era típica de los niños de entre dos y tres años: desafiar a tus padres haciendo algo prohibido, cuando en el fondo deseas que te pongan límites. Phill Jackson lo caló enseguida.
"A pesar de la aparente sofisticación de sus relaciones con los medios y el público, Jordan era a menudo como un niño que buscaba disciplina, llevando los asuntos al límite, hasta que alguien venía a castigarle. Jackson se dio cuenta enseguida, y usó en su propio beneficio la necesidad de Jordan de una figura paterna; Jackson no toleraría los arrebatos infantiles de Jordan", escribió Smith.
"La principal virtud de Phil Jackson", dice Quique Peinado, "es su infinita capacidad para entender las necesidades de las superestrellas y, a la vez, convencer al resto del equipo de que los privilegios de los que gozan estos jugadores redundan en un bien común". Continúa Peinado: "Jackson es el mejor gestor de egos y personalidades de la historia de la NBA: solo así se explica su éxito teniendo a tres estrellas en las que una es un golfo (Rodman), otro está enfadadísimo con el equipo (Pippen) y el tercero... es Michael Jordan".
Jordan era a menudo como un niño que buscaba disciplina, llevando los asuntos al límite, hasta que alguien venía a castigarle
Tras ganarse su respeto, Jackson cambió el sistema de los Bulls. Jordan empezó a jugar más en equipo y los títulos llegaron. Pero aunque hubo final feliz, los primeros meses del entrenador —los de menos balones a Jordan y más pases rápidos para buscar otras amenazas ofensivas— fueron una tortura, con Jordan frustrado por no tener suficiente protagonismo. El nuevo "juego en equipo" le dificultaba ser el máximo anotador de la Liga. En privado, Jordan criticaba duramente el nuevo sistema, según Smith. En público, dejaba caer sutilmente su malestar. Dado que Jackson le recortó los minutos en cancha, Jordan decidió tirarse hasta las zapatillas en los arranques de los partidos para no caer en las estadísticas de anotación. Preguntado por ello por la prensa, el entrenador contestó: "Cuanto mayor me hago, más paciente me vuelvo". La guerra psicológica la acabó ganando el samurái Jackson.
Es muy probable que la mano izquierda de Phil Jackson privase al mundo de ver una versión mucho más agresiva e individualista de Jordan. En uno de sus libros de memorias, 'Once anillos', Jackson reflexionó sobre la relación entre egos, millones y juego de equipo: "Hacen falta años de preparación para conseguir que los atletas jóvenes tomen distancia de sus egos y se involucren de lleno en la experiencia grupal. La NBA no es precisamente el entorno más adecuado para inculcar la generosidad. Aunque se trata de un deporte en el que participan cinco jugadores, la cultura que lo rodea fomenta los comportamientos egoístas y resalta los logros individuales más que los vínculos entre el equipo... El baloncesto se ha convertido en una industria que produce miles de millones de dólares... y con una compleja maquinaria mediática... Una de las consecuencias lamentables de esto es la obsesión por el estrellato en términos mercantiles, la cual infla los egos de un puñado de jugadores y causa estragos en aquello que hace que la gente se sienta atraída por el baloncesto: la belleza intrínseca de este deporte". Jackson no se refería a ningún jugador en concreto, sino a un ecosistema, del que Jordan y Bryant fueron sus productos más depurados, al menos hasta que Jackson los 'colectivizó'.
El modelo inspirador
Durante los últimos 30 años, la figura de Michael Jordan ha sobrepasado los ámbitos del deporte o los jóvenes. Miles de entrenadores, directivos y empresarios han recurrido a la legendaria voracidad competitiva del escolta como fuente de inspiración para conseguir objetivos impensables. Esto solo fue posible gracias a un ambiente acrítico, de fascinación colectiva, que le encumbró sin hacerse preguntas. Sin embargo, el documental de Netflix ha servido para descubrir que el comportamiento de Jordan con sus compañeros se asemeja mucho a lo que hoy conocemos como un liderazgo tóxico, algo que Sam Smith advirtió cuando nadie quería escucharlo. "El documental es una hagiografía, una celebración de Michael. Como debe ser. Es él contado su historia a su manera por primera vez. En mi opinión no pretende ser periodístico. Otros antes que él, incluido yo, han contado antes su historia, está bien que ahora lo haga él, y obviamente la gente lo está disfrutando. Todo el mundo es un héroe cuando cuenta su historia personal. Es lo natural", dice Smith a este periódico.
El periodista fue el primero en detectar que, lejos de los focos, Jordan mostraba un lado más inquietante: "Yo no lo llamaría un lado oscuro. Yo sabía que su relación con sus compañeros de equipo era mayormente buena, solo que podía llegar a ser severo y exigente tanto de broma como de un modo desafiante que no gustaba a muchos compañeros. En el documental reconoce que era su modo de ejercer el liderazgo. Yo me di cuenta entonces. No investigué nada especial. Era un diario del día a día de un equipo. Un vistazo a las bambalinas de una temporada", dice Smith.
Pero Jordan no engañó a nadie. Al poco de llegar a la NBA explicó sus prioridades con gran candidez: "Primero pienso en mí mismo, luego en el equipo. Siempre quiero que mis equipos triunfen, pero gracias a mí". "Es duro jugar con Michael Jordan porque siempre eres el motivo de que el equipo pierda", resumió el ex jugador Dave Corzine. De aquellos Bulls de Corzine y Artis Gilmore, entre los que Jordan no conserva muchos amigos, dijo en el documental que consumían cocaína y contrataban prostitutas en los viajes de partido.
A Jordan le salvaba su simpatía y su carisma natural, pero de puertas para adentro, su capacidad para irritar era alta. La actitud hacia sus compañeros basculaba entre el chascarrillo y la condescendencia ofensiva. Algo así como: con estos mataos no llego ni a la vuelta de la esquina, como si en lugar de en los Bulls jugara en el equipo de discapacitados de 'Campeones'. Al pívot Bill Cartwright le molestaba el Jordan perdonavidas. "Cartwright no podía entender por qué la prensa excusaba los arrebatos de Jordan como un mero deseo competitivo de ganar. ¿Acaso el resto de jugadores no se esforzaba en ganar, no querían ganar o quizá no merecían ganar porque no eran tan talentosos?", escribió Smith. Cartwright tenía motivos para estar cabreado: en la temporada 88-89, Jordan dio la orden de no pasarle el balón durante los últimos minutos de los partidos (el entrenador Collins ni se enteró). "No tengo nada en contra de Bill, pero pasarle el balón en los últimos minutos no era buena idea, lo sigo pensado", dice Jordan en Netflix.
En ocasiones, Jordan podía ser tan demandante como un casero macarra: en 1987 "quebró" psicológicamente a un novato (Brad Sellers) con abuso verbal y físico en los entrenamientos. ¿El motivo del ensañamiento? Jordan había pedido a la directiva fichar a otro jugador en lugar de Sellers, pero no le hicieron caso, se sintió traicionado y lo pagó con el novato. Según el libro de Smith, Sellers quedó tan tocado que su carrera en la NBA fue corta.
Jordan siguió amedrentando a los compañeros que no llegaban a su nivel. Scott Burrell, un atleta estratosférico por el que pugnaron la NBA y la NFL, es constante objeto de mofa 'jordanesca' durante todo el documental. A Horace Grant, el hombre que hacía el trabajo sucio en los Bulls antes que Jordan, lo acosó durante sus últimos años en el equipo, hasta el punto de forzar su salida entre acusaciones de ser el topo del libro de Sam Smith. Al joven Toni Kukoc, estrella emergente europea, le sometió a constantes humillaciones y desprecios por un simple motivo: que llegaba a los Bulls cobrando más que Scottie Pippen. Por supuesto esto no era culpa del croata, sino del manager Jerry Krause, a quien Jordan se refiere a menudo como "enano gordo y feo". A Steve Kerr y Will Purdue, dos de sus más fieles escuderos, Jordan les dedicó sendos puñetazos en la cara después del entrenamiento. Hay más ejemplos, pero la idea parece clara.
(sigue)