hola! dejo los que tenia guardados
Mi héroe, el Diez
Vos sos mi héroe. Vos que llorás, con el corazón latiéndote en la mano, con la pierna herida pero mágica, con el alma pintada de los mismos colores que yo. Vos sos mi héroe, porque gambeteás donde yo no puedo, porque amagás como yo no sabría, y te burlás de los rivales que me hieren, les sacás tu lengua de potrero y no te agarrán más, petiso de mil diabluras, porque los héroes son invencibles.
Vos sos mi héroe, de diez en la espalda, de tatuaje en la piel, que se carga en los hombros las toneladas de un equipo derrotado. Y le cambiás la historia a mis días de cuervo sufriente, de tarde imposible contra Ñuls, cuando tiraste el centro con el que cabeceamos todos, en avalancha, en palomita, arrastrando tu amor propio con una dignidad así de grande. Y lloraste como un niño, lagrimeaste como un hombre, después de salvarnos del abismo.
Vos sos mi héroe, de carne y hueso, falible, con claros y oscuros, humano, sentimental, el del poster en la pared, el de la foto en la carpeta del colegio, el indomable de hace una década, el vulnerable de estos tiempos, pero irrompible, Pipi, irrompible aunque te rompas, imbatible en mis delirios de cuervo enloquecido, te vimos crecer, te vimos irte, soñamos con tu vuelta y te tocó ser símbolo, en las jornadas de angustia y desánimo, con malabares de clown sobre la cuerda floja.
No desesperes por goles, no apurés las gambetas, guardá los tacos y firuletes en tu bolsillo de mago, que el pueblo de Boedo ya no quiere exigirte milagros. Quiere verte, simplemente, una vez más sobre el césped de nuestros sueños. Y que te brille la diez en la espalda, acaricies la pelota como un tesoro y nosotros podamos gritar tu nombre, Pipi Romagnoli querido, heroico y maravilloso, a pesar de los años y los momentos vividos...
Soy de Boedo
Venía subiendo, por la dulce curva del empedrado, con un cuervito en los hombros y el gorrito transpirándome la frente, cuando el aroma de Boedo me impregnó la piel, mezcla de pizza café mostrador y billar, ecos de carnavales, tambores de murga y luna llena, reluciente como los trapos que bajan desde arriba, en el último escalón de cemento desde donde veo todo, los que están y los que volaron a mi cielo, ángeles guardianes de la vuelta, Sorianos poetas, Pappos violeros, un Cacho atorrante que me chamuya la historia más hermosa, aquella locura que inventaron los que coparon la Plaza, los que pintaron las calles de capricho azulgranado y bautizaron en el nombre del Padre Lorenzo a los ateos de sueños caídos, y apretate que ahí sale, loco, el 11 de mi vida de impecable camiseta a rayas, en José Mármol un grupito absorto que no entiende tanto amor y de este lado, por Avenida La Plata y alrededores, la multitud de cuarenta mil cabezas que sopla su Ciclón de bienvenida y me tapa, con humo, con estruendo, con trozos de papel al aire y banderas, ruge Las Casas y tiembla Inclán, dale, saltá, llorá, gritá como un nene la pasión que llevás en las venas, la de tu viejo, la de tu hermano, la de millones que construyeron cada metro cuadrado de utopía, ¿cómo nos ganan, viejo, cómo nos van a ganar en este templo? Habrá siete maravillas en el mundo del fútbol, y miles de lugares históricos, y de monumentos, pero sepan que sólo uno resucitó del olvido, levantado por su pueblo, un 15 de noviembre de santa borrachera. Es la única obra hecha por el hombre que puede verse desde el espacio, porque hay millones de Cuervos que la sostienen, brazo con brazo, sueño con sueño, y son tantos y tan fanáticos y tan orgullosos de su Gasómetro, que hicieron de Boedo una montaña de sentimiento, para que los ojos que los admiren se pregunten de qué barrio son.
Inolvidable Bernie
No te angusties, Cuervo, que ya van a venir.
De cabeza, mano a mano, de rastrón, de palomita, al ángulo, todos sabemos que ya van a venir. Porque Bernardo Romeo nos acostumbró así, con ese ceño reconcentrado de sabio, las piernas cortitas entrometidas, la calva reluciente de sudor y una gigantesca hinchada que le tiene tanta fe, que lo sabe salvador, y que prepara el grito sagrado para revolcarse, en una marea de santa locura, por culpa de Bernie y sus goles legendarios.
Parece un duende terrible, escondido bajo la camiseta, de 9 que no perdona, de alarido preparado de antemano, saltarín de la noche de Caballito, allá por 2001, cuando fumigó al Bichito con dos cocazos y me dejó ser campeón, y salió gritando como le gusta, con los brazos extendidos y cara de enojado. Pero por dentro, Bernie se reía. Siempre a carcajadas, de cara al gol.
No necesitaba mamar de esta cuna para convertirse en Cuervo. No precisaba más goles para estar ahí, en el área con Sanfi, metiendo diagonales con el Lobo, pidiéndole el pase a Mamucho y trepado al alambrado para celebrar con nosotros, que contamos cada gol como propio, uno a uno, esperando que nuestro ídolo llegara a la centena y se retirara en andas, sobre los hombros de todos los cuervos que lo amaron tanto, porque siempre fue leal, porque nunca nos traicionó.
Pero fue distinto. Y todavía mejor. Porque Bernie, desde afuera, como nosotros, como el hincha que le enseñamos a ser, sufrió, gritó, ayudó y contagió, se hizo tan Cuervo que se quedó a vivir, en el nido donde ya permanecen sus goles, en cuadritos, en la memoria, en los raspones que todavía tengo en la garganta. Y si no llegó a los 100 es para seguir soñando, para dejarnos latente la ilusión de un nuevo grito, de otro golazo, del próximo festejo del inolvidable Bernardo Romeo.
Los alquimistas de Boedo
Si pudiera apretar este 2012 en un puño, ahí donde guardo el rosario de mis rezos angustiantes, mis festejos de gol sobre la hora, ese grito visceral de mi enfermedad por San Lorenzo (que es la cura de todas las tristezas), ahí cabría la metáfora perfecta. Sufrimos para después gozar. Morimos para renacer. Y le abrimos el telón a otro acto de nuestra épica, para ser todavía más grandes.
Lo que pueda ser un velorio, lo vamos a convertir en fiesta.
Las que puedan ser partituras de marcha fúnebre, las vamos a convertir en himnos, atorrantas músicas del coro sinfónico de Boedo, que se extienden por el mundo como una bandada de cuervos enloquecidos. Te juro que en los malos momentos, siempre, pero siempre, Ciclón de mi vida, te voy a acompañar.
Los que puedan ser tablones vacíos, los vamos a reventar, a llenarlos de palmas sobre la cabeza, locos en cueros, sudorosos, de venas hinchadas, que se bancaron todas y que no le temen a ningún fantasmita azuzado por los que no entienden nada, carentes de plumas negras y lustrosas, ahí donde resbala el miedo y la desesperanza.
El que pueda ser un equipo vencido, lo vamos a levantar; mostrame la calculadora y yo te muestro el corazón; cargame y yo te silencio con el rumor de esta leyenda que nos legaron nuestros viejos; dame motivos para desangrarme y yo te abro las venas solito, para mostrarte que es azul y roja la sangre que me corre, que me invade, y que si grito un poco más, si me desgarro la garganta en la próxima avalancha, le contagio este delirio a los jugadores. Y ganamos, carajo, vas a ver que ganamos...
Entonces no hay descenso. No hay tristeza. No hay vacío. Y los viejos lloran de emoción, con las manos entre las canas, abrazados a sus nietos. Y los pibes se trepan al alambre, dibujándose el tatuaje de CASLA sobre el pecho. Y las madres guardan el rosario, en el puño donde cabe este 2012 inolvidable, y agradecen al cielo este arco iris de pasión, esta maravillosa manera de ver la vida a través del amor por San Lorenzo. Es un prisma de dos colores, que en realidad son todos, y que en las tardes soleadas de domingo me recuerdan a mi infancia.
Inventen cualquier excusa para representar un drama, y los eternos, invencibles y delirantes alquimistas de Boedo lo van a transformar en una comedia con perfume de barrio, de murga y carnaval; ahí donde los fantasmas desaparecen, y donde los espíritus de San Lorenzo –los únicos que sobrevuelan sobre Avenida La Plata, ahuyentadores de todo mal– te recordarán por qué sos cuervo, por qué lo serás por siempre, miralá que linda viene, miralá qué linda va.