Su justa lucha derivó en un régimen totalitario, es un hecho objetivo. Sin embargo, la torpísima e imperialista política exterior estadounidense en Latinoamérica, con el apoyo a golpes ultraderechistas y sátrapas sanguinarios, legitimó una dictadura -la cubana- que no debería recibir elogios encendidos de demócratas. Fidel no permitió a su pueblo decidir con libertad, pero ganó la simpatía de quienes luchan contra los gigantes de los poderosos. Respeto su figura y celebro su papel contra la tiranía de Batista. Castro pudo haber sido algo mucho más grande, un verdadero heredero de Bolívar, Martí, San Martín, O´Higgins... Pero se quedó en el líder de un régimen totalitario. Tan triste como cierto.
La influencia norteamericana no fue un impedimento para que Castro estableciera un régimen democrático abierto. No lo hizo porque no quiso. No es justificable apelar a las presiones externas para imponer en el interior un estado opresivo. El peor favor que se le puede hacer al país caribeño es no llamar a las cosas por su nombre, por muy bien que nos parezca -y a mi también- que los Estados Unidos hayan tenido que vivir con un régimen comunista a unas decenas de kilómetros de sus costas.
Al régimen cubano se le puede llamar dictadura por el simple hecho de que los cubanos no tienen derecho a elegir a sus dirigentes mediante el uso del sufragio universal secreto. Repito, no le niego el carácter icónico a Castro y a su modelo de estado, pero no me olvido de sus víctimas, que las tiene.