Niños prodigio por Adrian Paenza:
¿Qué significa ser un “niño prodigio”? ¿Qué condiciones hay
que reunir? ¿Ser más rápido que tus pares o estar más adelantado,
o ser más profundo, más maduro? ¿O es hacer más temprano
lo que otros hacen más tarde o nunca?
Lo que me queda claro es que los humanos necesitamos categorizar,
compartimentar. Eso nos tranquiliza. Si en promedio
un niño empieza el colegio a los seis años, el secundario a los trece
y la facultad cuando ya puede votar… cualquier “corrimiento”
de lo preestablecido lo distingue, lo separa, lo “anormaliza”.
Mi vida fue distinta, pero yo no lo supe hasta que pasaron algunos
años. Yo hice el primer grado de la escuela primaria como
alumno libre y eso me permitió entrar en lo que hoy sería
segundo grado cuando tenía todavía cinco años. Cuando terminé
“quinto” me propusieron hacer el ingreso en el Colegio Nacional
de Buenos Aires. Lo preparé, pero después no me dejaron
rendir el examen porque dijeron que era demasiado pequeño:
tenía diez años. Entonces, mientras cursaba sexto grado estudié
todas las materias del primer año del secundario para rendirlas
como alumno libre otra vez. Y lo hice. Por eso, entré con once
años al segundo ciclo lectivo. Y luego, mientras cursaba el quinto
año por la mañana hacía en paralelo el curso de ingreso a
Ciencias Exactas por la noche. Es decir, hice mi primera incursión
en una facultad cuando sólo tenía catorce años. Ah, me recibí
como licenciado en matemática cuando tenía diecinueve y
como doctor un poco más adelante. Y además estudiaba piano
con el gran pianista argentino Antonio De Raco, quien me llevó
a tocar La Tempestad de Beethoven en Radio Provincia cuando
sólo tenía once años.
Ése es el racconto. Ahora, algunas reflexiones. Para los de alrededor
yo entraba en la categoría de “prodigio”: ¡es un bocho en
matemática!, ¡sabe logaritmos! (qué estupidez, por Dios). ¡Tenés
que escucharlo tocar el piano! ¿Prodigio yo? Yo no tenía idea de
lo que estaba haciendo. Me costaba conseguir las cosas igual que
a mis compañeros. Es obvio que podía hacerlo, pero también es
obvio que tenía todas las condiciones para poder desarrollarlo. En
la casa que yo nací, con los padres que tuve, ¿cómo no me iba a
desarrollar más rápido si no había virtualmente restricciones? ¿De
qué prodigio me hablan? No desconozco los trastornos emocionales
que puede acarrear tener compañeros mayores. Pero ¿la madurez
es sólo una cuestión cronológica? Yo no recuerdo haber
tenido problemas con eso. Y quería jugar a la pelota. Y lo hacía.
Aún hoy no encontré una buena definición de lo que es la
“inteligencia”, pero hay una fuerte tendencia entre los humanos
a considerarla un bien “heredado” o “genético”. Y eso lleva a la
veneración. Y como no depende de uno, es inalcanzable: “Lo que
Natura non da, Salamanca non presta”. ¡Mentira! Yo me inclino
por valorar las condiciones del medio ambiente donde un ni-
ño se desarrolla. Todos los niños nacen con habilidades, con destrezas.
El problema reside en tener los medios económicos que
permitan descubrirlas y un entorno familiar que las potencie y estimule.
Yo lo tuve, y eso no me transformó en un prodigio, sino
en un privilegiado.