Claramente el valor de la vida está cada vez más diluido en un mundo donde el fetichismo de la mercancía se ha llevado a extremos inusitados. Más allá del simplismo de pedir bala para todos, estaría bueno que cada uno haga una introspección en cuanto al rol que juega en la reproducción de un sistema de exclusión que alimenta estas cosas, que alimenta la idea que la propiedad privada puede equivaler a la vida en cualquier sentido. Es algo que al asesino que comete estas atrocidades no le podes pedir, a esa persona solo le queda caerle con el peso de la ley para que cumpla una firme condena. Pero nosotros tenemos el deber, por el respeto a una nena de 13 años, de ver como disminuir la ocurrencia de estos casos.
No se queden en pedir mano dura. Exijan explicaciones también a los políticos, a los representantes de la ciudadanía, a las fuerzas de seguridad y a los mercaderes de la muerte que permiten, avalan o alientan ya sea por acción u omisión una atrocidad semejante contra la vida. Y tampoco se queden en eso, exijan a la ciudadanía también. Porque por más que queramos convertir al asesino en la oveja negra, eso tampoco nos va a salvar de nuestras propias culpas. De ir y comprar un celu robado, de comprar ropa barata hecha en talleres con trabajo esclavo, en fin, de mirar para el costado ante el sufrimiento del otro si va con nuestros intereses. Fíjense en su interior, en su círculo más íntimo y empiecen a actuar desde ahí. El viernes pasado al mediodía iba en el bondi y vi a una muchacha intentando darle agua fresca a un indigente que estaba tirado en la calle, casi desmayado por el calor y la deshidratación. La gente que iba conmigo en el bondi se la quedo mirando como un bicho raro, yo me puse a llorar y me baje para darle una mano. La próxima que vean a una persona en una situación así, fíjense si la pueden ayudar. Siempre voy a creer que así construimos una sociedad mejor, con amor, no repartiendo bala.