Autor Tema: Cartas sobre la tumba - Cuento sobre Jacobo Urso  (Leído 2212 veces)

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Hola, les dejo un cuento que escribí sobre J.U. dándole una perspectiva diferente al tema. Intenté serle muy fiel y respetuoso a su historia que admiro profundamente. Espero que les guste.

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22 de enero de 1924
Redacción: Jaime Catanzaro

El sábado pasado, 20 de enero, el Club Atlético San Lorenzo de Almagro se ha consagrado campeón del Campeonato de Primera División de 1923 de la disidente Asociación Amateurs de Football.
Un famoso ex-periodista, cuyo nombre queda en reserva por petición suya, ha donado una serie de cartas que podrían ser un anticipo de la hazaña del club por lograr su primer campeonato en la más alta categoría. Han sido alcanzadas al diario el día de ayer por un personaje incógnito y son publicadas a continuación para el lector:

Jueves 3 de agosto de 1922, Buenos Aires

Ya estoy cansado de pensar, de darle vueltas al asunto, pero las imágenes me vuelven una y otra vez en millares de formas distintas. El silencio de la siesta se proclama dueño del barrio y la persiana entreabierta oxigena los pulmones de mi habitación.
Lo recuerdo todo perfectamente. Fue un salto verdaderamente brutal. Me preocupe cuando te vi caer al césped, pero me tranquilicé cuando te levantaste al poco tiempo. Luego comenzaron las escupidas sangrientas, fue algo aterrador. Pero la verdad es que no parecía importarte mucho. Tomaste un pedazo de tela y lo mordiste ¿Habrás pensado realmente que aquello iba a detener la hemorragia? Pienso que realmente no te importó en lo absoluto. Después de todo el objetivo era claro y dejar al equipo jugando con diez nunca fue algo que me hubiese imaginado verte hacer. Nunca me escuchaste, tantas veces que te dije “Jacobo, no tenés que tomarte las cosas tan en serio, es solo fútbol”. Pero tu respuesta siempre fue la misma “No es solo el fútbol lo que me hierve en la sangre ¿No lo ves? Alguien con tanto palabrerío como vos nunca lo va a entender”. Siempre te reías después de decirme esto. Y te iba en esos largos viajes a Dolores, y de Dolores a Buenos Aires, una y otra vez en tren ¿Qué es lo que estabas buscando?
Jacobo ¿Por qué no escuchaste cuando el entrenador te pidió que dejes el campo de juego? Ni él, ni tus compañeros ni yo queríamos verte jugar ese partido. Claro, querías ser campeón, y sabías que un campeón no es campeón por ganar algo sino que es campeón por demostrar que es mejor que todos los demás, y esto implica decididamente un acto de amor radical y enfermizo sobre lo que se está haciendo. ¡Y vaya si no eras de los mejores que aun muriéndote pudiste meter esa pelota! Hiciste la mitad del gol con ese pase. Me acuerdo perfectamente, todavía mordiendo la tela ensangrentada ¿Pero de que te sirvió? Eso no fue un gol, fue solo un epitafio.

S.L.

Martes 21 de noviembre de 1922, Buenos Aires

Cuatro meses pasaron ya, difíciles, oscuros y borrachos. Supe lo que iba a pasar desde el día en que un colega del diario me contó aquella vez, que había estado entrevistándote en el hospital. Estaba muy nervioso ya que sabía de mi relación con vos. Me dijo que te veía devastado y que tus palabras fueron “No lo lamento por mí, sino por mi club que necesita de mis esfuerzos para escalar los puestos que faltan para colocar a San Lorenzo a la cabeza del Campeonato. Con las tribunas que hemos construido San Lorenzo es el mejor Club de Buenos Aires” ¡Terco! ¡Y dale con las tribunas! ¡Cómo estabas el día que las vimos por primera vez! Cuando debutaste en primera estabas más contento por el hecho de hacerlo el mismo día de la inauguración que por el hecho de debutar en sí. Pero lo indignante fue que le hayas dicho eso a él. En lo poco que pudimos hablar en tu internación solo te limitaste a decir “No te preocupes, todo va a salir bien”.
Lamento que las cosas sean así. Sigo siendo esclavo de la resaca y no puedo olvidar nada. Mi cenicero es un cementerio y no le encuentro sentido a tu ausencia. Luego de tantos meses nada cambió. Después de todo sos mi mejor amigo. Me cuesta seguir con mi vida, para mí fue perder a un hermano. Pienso y pienso y solo llego a la misma triste y llana cuestión: moriste por incompetencia y la razón por la que yo estoy escribiendo esto es meramente catártica. Yo te odio Jacobo. Te odio profundamente por haber elegido. Elegiste por encima de tu madre, por encima de tus hermanos. Elegiste por encima de tu equipo que nunca hubiera elegido aquello. Más aún, egoístamente lo digo, elegiste abandonarme, dejarme solo con tantas preguntas, tantas cuestiones. Aquello que tanto habíamos hablado y debatido, vos con tu perfecta simpleza y yo con mis zigzagueantes pensamientos de redactor, sobre qué es lo que encierra ser hombre, lo dejaste sobre mis hombros. Ahora tengo que cargarlo yo solo, ya sin tu voz, sin tu caída a tierra de las ideas, y enfrentarme día a día a la pequeñez con que nos definiste con tu elección.

S.L.

Sábado 3 de febrero de 1923, Dolores

La noche en el campo está mansa. Se mezclan el sonido de los grillos con el de algún ave y las estrellas pueblan el lienzo negro del espacio. Fuera de ello, el silencio es absoluto. Vine a visitar durante el fin de semana a tu familia, Jacobo. En verdad que es numerosa ¡Once hermanos! Ángela, Clementina, Eduardo, Domingo, Juana, Aquiles, Antonio, Alfredo, Anselmo, Catalina y Vicente. Viéndolos a ellos entiendo tu simpleza, te conozco más. Son gente honrada y leal a tu tierra, de ahí el arraigado sentido de lealtad que tenías. Pasamos la tarde tomando mate y hablando de la gente del pueblo.
El silencio en la posada es imponente. En este lugar estás muy presente, no puedo evitar escribirte. Mis angustias menguaron levemente, pero los fantasmas de la falta de tu presencia prevalecen. Me siento muy solo y aunque esté en guerra por tu forma de actuar, necesito escribirte.
Acá en tu pueblo sos un héroe, te conocen en cada esquina. También lo sos para tus compañeros de equipo que pelean el campeonato con una profunda valentía y hombría. Me pregunto si te recordarán las siguientes generaciones, si se recordará tu sacrificio y, por sobre todo, ese significado oculto que tiene, que no le contaste a nadie, que tanto me cuesta entender ¿Qué va a ser de vos Jacobo? ¿Qué va a ser de mí?

S.L.

Sábado 7 de abril de 1923, Buenos Aires

Te dejo un saludo por tu cumpleaños amigo. Odio hacerlo. Vuelvo a odiarte ¿Dónde estás cuando el asedio de la desgracia reina?

S.L.

Martes 27 de noviembre de 1923, Buenos Aires

Jacobo, esta va a ser la última carta que deje en tu tumba. Paso mucho tiempo desde la última vez que vine aquí. Ya no te odio. Te pido perdón por decirte semejantes cosas. Ambos sabemos que fueron solo palabras residuales de mi enfermedad. He decidido dejarlo todo e ir a buscar mi vida al campo, como tú lo hiciste. Allí quizás pueda escribir en libertad, fuera de las ataduras del diario, los tiempos, la frenética palabrería, el hambre de información y tantas cosas que me han ido curtiendo. Ha sido una decisión difícil, pero la tomo, como siempre decías, “con dos huevos”.
Lo lamento mucho por el club, ahora será más difícil para mí seguirle el rastro, será diferente. Pero me alegra mucho saber que el equipo está ganando y hay serias oportunidades de que sea campeón. Me gustaría que estés en la cancha viviendo esto Jacobo, pero ambos sabemos que lo que está pasando no es una casualidad.
Por último quería decirte que finalmente lo entiendo. No se trata del estado en sí mismo, en este caso el estado de campeón, sino de aquello que implica la transición de un estado a otro. Siendo más claro, lo que nos haga estar en la meta no es la meta en sí sino aquello que recorramos hasta alcanzarla. Vos lo sabías, estoy seguro, aunque quizás no tenías las palabras para expresarlo como yo lo estoy haciendo ahora. Quizás por eso nunca me lo dijiste, aun después de tantas charlas, tantas tardes juntos en el club. Pero es la única razón que encuentro que pueda explicar tu decisión. Seguramente estoy siendo muy racional en algo que hiciste sin pensar dos veces, porque eras así, un obtuso testarudo. Eso ya lo tengo asimilado. Pero probablemente, imaginándonos una hipotética realidad donde pudiésemos alejarnos de todo, frenar el tiempo para pensar antes de tomar alguna decisión, seguramente, lo hubieses hecho igual. Eso te hacía hombre y te transformaste en campeón.
Me pregunto si la crueldad del tiempo será indulgente con este legado; si la gente que por la que tanto diste (no solo tu muerte, sino, más bien, tu vida) podrá recordarte y si tu nombre va a pasar de generación en generación a través de los años, de abuelo a padre y de padre a hijo sucesivamente hasta elevar tu nombre a la categoría que se merece: la de héroe.
Hasta luego Jacobo, nos vemos pronto.

S.L.